sábado, 3 de octubre de 2009

Estudios Vespertinos

Por Camilo Suárez

La noticia de la elección de Rio de Janeiro como la ciudad sede de los juegos olímpicos del 2016 la escuché por la radio, sentada sobre el diván de cuero negro avejentado de la sala de mi apartamento, con los pies entrecruzados descansando encima de la mesa de centro, y un plato hondo de cerámica china lleno de leche y zucaritas sobre mi vientre. No había duda de que el anuncio había detonado una rumba nuclear en Brasil y, considerando mí lánguida condición por aquellos días, deseé estar en esa fiesta, no era para menos, dicen que fue la inauguración anticipada del carnaval.

En la emisora dijeron la hora tan pronto finalizó el boletín informativo, y recordé que Felipe debía estar por llegar. Terminé de comer y me puse de pie de inmediato, fui a la cocina y lavé el plato del cereal. Deben saber que he sido desordenada toda mi vida, en especial, con el aseo de las cosas de la cocina; mi madre es obsesionada por el orden, mientras vivía con ella y mis hermanas menores, solía agarrar unas rabias innecesarias conmigo, pero pese a esto, y sin importar que tan brava estuviera, siempe terminaba remobiendo del camino mis asonadas. Pero desde que vivo sola he cambiado de manera tajante.

A la cocina y a la sala de mi apartamento las separa un muro ancho y de baja altura que tiene una superficie de madera, y hace las veces de comedor. Allí, aparte de un servilletero, reposa siempre mi grabadora, la misma que me acompaña y ahuyenta las infalibles voces de la soledad. La desconecté después de haber arreglado la cocina y me la llevé al baño para escuchar música mientras me duchaba. Desnuda y frente al espejo sintonicé la estación que transmitía Paper Planes de M.I.A. y mientras el agua de la ducha adquiría la temperatura adecuada para dejarme tocar por ella, intentaba ajustar mis movimientos al ritmo de la canción. Supe que ese día gozaba de buen humor al ver reflejada la involuntaria e incinuosa sonrisa que se dibujó en mi rostro.

Felipe es un amigo de la universidad y desde hace cuatro semestres ha sido una constante estar con él en la mayoría de las clases. Sólo hasta este semestre lo empecé a conocer bien, y me agrada mucho. Estoy segura que de que le gusto tanto como él a mí. Aparte del culo meticulosamente labrado que tiene, lo caracteriza su habitual ausencia en las clases. Ambos compartimos varios gustos y afinidades que facilitan entendernos. Últimamente le he cogido tanto cariño que hasta me comencé a preocupar por su rendimiento académico, de hecho, por esos días estábamos en semana de parciales y lo había invitado a estudiar.

La relación que tenía con mi ex novio, Juan Calzoni, no me permitía entablar relaciones entrañables con la gente de la universidad. Solía dedicarle todo mi tiempo a él, sin desconocer que disfrutaba cada instante a su lado. Sin embargo, hace siete meses le terminé y desde entonces he notado que haberme abierto a otras personas me ha permitido disfrutar como se debe todas las experiencias propias de una joven mujer de 23 años.

Aun estaba en el baño cuando sentí el timbre, no tuve tiempo de secarme toda y mucho menos de vestirme, así que, con la toalla puesta, el pelo mojado y gotas de agua todavía deslizándose por mis hombros, abrí la puerta. Era previsible, al saludarme, la vista de Felipe descendió hacerse esperar, haciéndome sentir la ligereza de la desnudez. Es probable, quizás, que él haya pensado en ese inusual recibimiento como parte de un seductor plan de mi parte, lo que tampoco me inquietaba.

Felipe, lucía en la cabeza su habitual bonete militar con la visera invertida; un buzo de lana marrón ceñido al cuerpo cuya caída empataba justo con la anchura de sus hombros y la extención de sus brazos, y unos jeans tiznados como sólo en él pueden relucir y que, además, delineaban majestuosamente su solemne trasero, que, entre otras cosas, aproveché para reparar tan pronto me dio su espalda. Aunque Felipe aparenta tener pocos escrúpulos a la hora de vestir, me gusta su estilo, su aspecto confirma lo que su personalidad expresa, simplicidad y buen gusto.

Quise imitarlo y me vestí con algo sencillo que encontré. Metí las piernas en los jeans más viejos que tengo pero que mejor ornan mis piernas y el culo, y un esqueleto de algodón blanco que al igual que la toalla mantenía descubiertos mis hombros. Regresé a la sala descalza y con los libros del examen en mis manos.


- Ahora que veo libros, supongo que ya habrás leído el de Pavese que te presté.– Le dije, mientras me sentaba a su lado en el diván y abría los cuadernos – Esta mañana me acordé que hace dos meses te lo di. Quiero que me lo devuelvas.

- Esperaba que no te fueras a acordaar. Si quieres recuperarlo, tendrás que ir tú misma a buscarlo, yo no pienso entregártelo.

- ¡Descarado! ¡Qué tal este! Aunque viéndolo bien, no es mala idea. De paso, aprovecho para revolcar tu cuarto y ver qué rastro de bandidas encuentro

- Lo de la revolcada suena bien - Contestó, después de sonreir ligeramente- La bandida que más he deseado que entre a mi cuarto no lo conoce.

- ¡Ah, sí! Y quién es esa

- Pregúntale a Pavese

- ¡Eres un imbécil! Veo que te comienzas a parecer a Pavese, papacito – le dije, queriendo ser irónica

- Lo dices por mi desconfianza hacia la genialidad – Respondió, acomodándose en el sofá, sin quitar su mirada de mi boca. –

- No, lo digo por tu bella sensibilidad y el apasionado humanismo al escoger las palabras que utilizas para definirme. Decirme bandida es la más clara expresión de tu devoción por la estética, ¡maldito!

- No te equivocas, mi Isabelita. Es la misma devoción por la belleza que no se niega a ninguna verdad. Si me dices que no eres una bandida, te creo, pero si hay algo indiscutible aquí es que eres una mamacita

- ¡Al fín! Hablaste mucho más claro, señorito. Las palabras simples no saben engañar. – repliqué rumorosa. Y me levanté en busca de algo de beber.

Encontré un par de cervezas en la nevera y volví a sentarme a su lado; esta vez más cerca. Su frescura me ponía nerviosa, pero no lo demostraba, al menos eso creo, y al mismo tiempo sentía que era divertido el juego en el que estábamos. Me excita cuando siento que el miedo anuncia su pronto acecho, y se comienzan a erguir las barreras que limitan la mente y los actos. Nunca habíamos estado tan cerca y tan solos como en esa tarde. Sólo nos habíamos dado un tímido beso en presencia de la gente del curso, una noche de tragos en una tienda aledaña a la universidad, en cumplimiento de una penitencia salida de uno de esos juegos que le inyectan emoción a esos programas. Para la época del beso con Felipe, las cosas con mi novio ya habían comenzado a cambiar, sí, lo deseaba cuando estaba sola y, a veces, sin darme cuenta, me gustaba estar a su lado, pero cuando estar a su lado se hacía evidente lo detestaba; por esto, aunque nunca se lo dije así, fue que le terminé.

-¡Salud!. ¡Por las buenas tardes de estudio! - Dijo Felipe – golpeando su lata contra la mía – Aunque esto parece, más bien, la antesala de una tarde de pasión.

-¡Jááá! ¡Oigan a éste! Más bien pongámonos a estudiar. Está viendo muchas películas, papacito. – Alegué, con la mirada fija en sus ojos y fingiendo estar seria.

-Pues, hagamos entonces nuestra propia película. Si le parece, señorita, y así dejamos de imaginárnoslas. Propongo que finjamos que hay una cámara en la sala, después de todo, no tendremos que improvisar, el guión ya está escrito. – Indicó, manteniendo clavada su mirada en la mía y acercando lentamente su rostro.

Transcurrió un instante antes de responder, y sin escabullirme del nudo de miradas en el que estaba atrapada, le respondí, con apacible voz:

- No es mala idea, después de todo, Don Morín, la ilusión que crea una cámara representa, de alguna manera, el secreto del mundo.

Las barreras del miedo se abatieron. Felipe abalanzó lentamente su cabeza y completó el tramo que hacía falta para besarnos. Si hubiera habido una cámara allí presente, el registro de las bocas hubiese sido similar al de dos personas a punto de ahogarse en el mar. Sin darme cuenta, sentí sus manos debajo de mi esqueletico blanco apretando con suavidad mi cintura y las mías, por su parte, se deslizaron sobre su dorso; llegaron hasta el límite y jalaron hacia arriba su buzo marrón. Dejó de besarme por un instante e hizo lo propio quitándome la blusa, y continuó con el pantalón. Estando sobre mí, posó mis piernas sobre sus hombros, despojó mis cucos como si estuviera levantando un trofeo y suavemente metió su cosa dentro de mí; mis ojos se blanquearon, en un segundo mi nariz aspiró todo el aire del apartamento y mi boca lo expulsó convertido en un gemido afinado Me dejó abrazarlo con mis piernas y se inclinó sobre mí para retomar el húmedo beso del inicio. Al principio ninguno de los dos parecía tener prisa, él golpeaba lentamente, y, yo, agarraba su terso y sinuoso trasero con mis manos, al menos hasta donde ellas alcanzaban. Con delicadeza hundí mis uñas en su piel, a lo cual él respondó impeliendo movimientos yertos; los cuerpos empezaron a sudar y mis sentidos a aguzar, sentía intensamente su cosa inhiesta, y a mi espalda pegada al cuero del sofá como si fuera plástico quemado, pero aun así, conseguía moverme a mis anchas en él; permanecí absorta y repeliendo en mi mente el ocaso, con mis ojos cerrados y concentrada en mi respiración, sin embargo, era incontrolable, gradualmente fuimos alcanzando el umbral de la fogosidad y sintiendo que de las entrañas de había brotado una furiosa ola que se precipitó contra sus piernas me dí cuenta que habíamos terminado al tiempo. La extenuación se evidenciaba en el ritmo del resuello, al igual que los rostros mostraban complacidos su mejor sonrisa...

Supe que Juan, mi ex novio, había regresado de Londres hace dos meses. Desde entonces no había tenido noticia de él, suponía que su viaje lo había ayudado a olvidar de todo.

Estando un poco agitada aun, y con mi ropa interior ya puesta, oí vibrar mi celular sobre la mesa de centro, lo tomé, vi en la pantalla un número desconocido y contesté permaneciendo sentada:

- ¡Aló!
- ¡Hola, Isabela! Soy yo, Juan.
- ¡Hooola, Juancho! Qué alegría escucharte, perdido.
- Quiero verte, loquita.
- Qué bueno, yo también, mañana estaría bien…..


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