lunes, 9 de noviembre de 2009

Latigazo

Latigazo
Música de Daddy Yankee
Por Camilo Suárez

Esa semana no me sentí exhausto pese a que fue estresante. El esfuerzo que invertí para preparar el último parcial final del semestre se vio retribuido con las preguntas que votó el profesor el día del examen. De cierta forma, debo admitir que me gustó que todos los vagos del salón, grupo en el que me incluyo, habituados al fracaso académico, no hubiesen podido resolverlo, y sólo los ñoños de siempre, que no son la mayoría, lo hayan logrado. Haber despertado envidia y admiración en muchos me reconfortó.

Por la noche, fue el cumpleaños de Tere. Mi parcera de la Universidad. La más mamacita y querida del salón, la única que tiene el carisma suficiente para reunir a ese curso desvariado, y a gente de otras facultades en un mismo lugar por fuera de la universidad. Su fiesta es siempre la más esperada del año ya que, aparte de despedir el semestre, le da paso a las fiestas de navidad.

Aquel jueves fungía a su vez como mi aliado. El regular capote de nubes, de esas que merodean esta ciudad día y noche, y que cumplen con la lluvia que prometen; se habían ido lejos y el día brillaba. Por su parte, me habían confirmado que Angelita, la niña que me vuelve loco, iba a ir a la farra. Podía concluir que todo conspiraba a mi favor.

En el bus, de vuelta a casa, después de haber confrontado algunas ideas sobre el examen con algunos compañeros y ultimado con Tere detalles de la hora de la fiesta, se me ocurrió que no podía haber una mejor ocasión para comprarme una pinta, como una forma de celebrar mi triunfo. Había ahorrado juicioso durante todo el año, y sin hacer mayor esfuerzo de cálculo, supuse que tenía suficiente para una chaqueta Lacoste, al estilo de los entrenadores de las grandes ligas de béisbol, similar a las que usó Kutcher en Spread. No tuve que hurgar mucho en los locales del centro comercial para encontrarla como la deseaba. Sintiéndome bastante ansioso con mi nueva prenda, tomé otro bus que me llevara en definitiva hacia mi casa. Una vez subido en él, pensé en masturbarme tan pronto llegara, sin embargo, me safé de esa idea de plano, al recordarme que la paja se lleva siempre consigo toda mi energía, y eso no lo iba a permitir. Entre otras cosas, haberla mantenido alejada de mi vida durante toda esa semana, fue lo que me permitió invertir mis calorías en los libros del examen.

De mi salón sólo salvaba la patria Simón y Juan, mis panas de la carrera. Con esos locos se empataba en lo esencial, el cine, la buena música y el vicio de querer departir sólo con niñas bonitas. Juan y yo nos graduamos juntos en el colegio, y pese a que no solíamos ser tan amigos en esa época, hoy en día lo veo como un hermano. En cambio, al loco de Simón sí lo conocí en primer semestre; nos hicimos amigos tan pronto cada uno finalizó el escaneo del personal del curso. Ninguno de los tres es un excelente estudiante, pero tampoco bruto. Podríamos, incluso, ser los mejores si así nos lo propusiéramos. Por ahora, hay otras prioridades diferentes a la de sobresalir en esos escenarios. Pese a esto, los tres competimos con sigilo en todos los aspectos. No es tan cierto que los hombres seamos distintos a las mujeres en ese sentido.

Por suerte, ese par había confirmado asistencia a la casa de Tere, y nada me tranquilizaba más que tener la certeza de encontrarme con ellos en la fiesta, si no hubiese sido de ese modo tal vez no habría ido.

Llegué a eso de las nueve. Tere, como siempre reluciente me recibió con la alegría que la caracteriza. Vestida con sus tradicionales jeans rotos italianos que a nadie mejor que a ella le pueden lucir, sandalias tres puntadas, y una blusa negra escotada que destapaba sus hombros que dejaba ver parte de sus medianos senos redondos y resaltaba el color de sus ojos; negros, brillantes como su pelo. Era clara, como es habitual en ella, una actitud espontánea frente a toda situación social. Adentro, en la sala, que era en donde estaba la música y todas las galas y guisas del salón. Unos bailaban y otros permanecían sentados en el diván o las sillas, bebiendo guaro y hablando de las actrices de las novelas nacionales. No hizo falta pensar en la pereza que me produce verlos a todos, todos los días de mi vida. Caminé tomado de la mano de Tere por el resto de la casa, me condujo a la cocina, abrió la nevera y me enseñó el trago que había dispuesto allí para todos. Notó que estrenaba chaqueta y me felicitó una vez más por el examen de la mañana. Destapé una cerveza, ojeé el patio para ver si mis panas estaban por ahí, pero antes de preguntar Tere se me adelantó diciendo que no habían llegado. Le pregunté por Angelita y también recibí una negativa. Noté la presencia de otros personajes que no eran ni del salón ni de la facultad. Por su aspecto, botas Dr. Martens que parecían haber sido embetunadas por el mismo embolador; los pantalones ajustados y sin canal de escape de peos, metidos, a la altura de la pantorrilla, dentro del cono de los zapatos, y las chaquetas de aviador, induje que eran los punkeros de sicología. Ignoraba que Tere los conociera, y mucho menos que iban a estar esa noche en su casa. Me causó curiosidad, con reticencia reparaba con mi mirada una y otra vez sus atuendos hasta que uno clavó sus ojos en mí con actitud desafiante y decidí salir al garaje a fumar.

Empecé a preocuparme, mis amigos no llegaban pero sí lo hacían personas que nunca había visto en mi vida. Poco a poco mi actitud se tornó incómoda y me costaba permanecer impasible ante el espectáculo que estaba viendo. Esta se agravó cuando Camilo, un compañero del salón, que está convencido que nació en Brooklyn, NY, y es más rapero que Jay –Z, hizo arribo a la fiesta con sus amigos del barrio. En ese momento incliné mi cabeza y la batí proceloso. Pensé que tan pronto llegara Simón y Juan se querrían abrir de ese lugar, así como Angelita, quien, si bien era más amiga de Tere que mía, yo intuía que iba a querer actuar igual. Pensé en hacerle un reclamo a Tere acerca de sus invitados pero no me pareció prudente. Intenté llamar a Juan al celular para preguntarle si iba a venir, pero no lo contestó. En la medida que pasaban los minutos mi ánimo fue derrumbándose y el día que creí iba a ser perfecto anunciaba su inminente desceso. La situación alcanzó un nivel desesperante en mi mente y decidí que lo mejor era marcharme.

Después de haber dado varias vueltas por los alrededores de la casa de Tere, procurando hacer tiempo para ver llegar a mi gente, entré a despedirme de ella.

- A ti qué putas te pasa, no puedo aceptar que te vayas, Santiago – Respondió absorta a mi comentario.

- Debo regresar a casa, lo siento, Tere. Estoy muy cansado – Fue lo único que se me ocurrió decir en aquel momento para evadir los detalles.

- ¿Tú crees que yo no sé porqué te quieres ir?- hizo un pausa, suspiró por su nariz y continuó con tono mesurado - pues déjame decirte que si te quieres abrir, adelante, eres libre de hacerlo. Sin embargo, debes saber que por muy diferentes que todos puedan lucir a ti, tienen en común algo con contigo, y es que también son mis amigos – Replicó sin alterarse

- No es por la gente que está aquí que debo irme, Tere.

- ¿Ah, no? ¿Sabes algo? – Dijo, con su mirada fija en la mía.

- ¿Qué? – Reparé, expectante

- Eres un tonto, Santi. Y quiero darte un consejo; sigue la norma de Popper: nunca supervalores tus propias ideas.

- ¿Qué quieres decir con eso, Tere? - Repuse

- Sigues creyendo que no me he dado cuenta que has rechazado a cada uno de los que está aquí presente, quizás por su forma de pensar o de vestir. Y, pese a que ellos lo sienten intentan acomodarse, y sólo esperan que tú también lo hagas - con su dedo índice derecho me pinchó el pecho y prosiguió - Mientras tanto tú, aún sigues creyendo que ese lagarto que tienes pegado en el pecho no los hace dignos de ti. ¡A eso me refería!

Nada de lo que en un principio había intuído minutos antes en el garaje se concretó ya que, por un lado, tanto Juan como Simón nunca llegaron a la fiesta. Y Angelita, la más mamacita de todas, llegó tarde, y lejos de querer irse, fue la que terminó de contagiar de agrado a todos, sin excepción. A través de ella me integré con los de la sala; me relajé y me liberé de mis prejuicios mal concebidos. Con ellos bebí aguardiente hasta la mañana del otro día.

Esa fiesta de Tere fue la antesala de un proceso que ha estado expandiendo mi mente. Un camino que me ha permitido ver que a partir de la diferencia, de atreverse a compartir con cualquier forma de expresión humana, se olvida lo que creemos ser, y quedamos en libertad para poder vivir.

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