lunes, 18 de abril de 2011

Entorno y Energía

Entorno y Energía
Por Camilo Suárez

Entre los pocos que conforman la lista de mis amistades entrañables, un científico hace parte de ella. Hacia él profeso una admiración profunda, tanto por su valerosa capacidad para liberar gases hediondos en cualquier circunstancia social, y sin ninguna desazón de conciencia; como por su estupenda capacidad para apasionarse en la búsqueda constante de las claves para descifrar los fenómenos del universo.

Es una lástima que sea su atontada manera de hablar, los mezquinos pantalones de dril que utiliza desde la primaria, y esa clichosa forma de peinar su pelo en dirección de las líneas de su frente lo que impida que se gane con soltura el interés de los incautos. En consecuencia, muchos se han perdido de vivir el placer irremplazable de batir la mandíbula sin descanso junto a él.

Es un hecho que en estos días pocos quieren tener amigos que luzcan como extraños. Quizás alguien al tanto dirá que la solución al problema de mi amigo es tan sencilla como ajustar su estilo. Lo que estimaría conveniente para todos, por cuanto serían muchas más las personas que así podrían dar cuenta del maravilloso valor de su pensamiento; y yo, por mi parte, tendría una razón adicional para burlarme de sus salidas.

Sin embargo, el único que no vería con buenos ojos un eventual cambio de su propia imagen es él, ya que está más interesado en continuar provocando alergias en la piel de sus conocidos a causa de sus fétidas ventosidades, y conducir a la mecánica cuántica a niveles superiores de desarrollo, que de hacer uso de símbolos para compensar frustraciones y satisfacer deseos de prestigio y poder.

Mi amigo, el científico, ferviente lector de Fromm y Vargas Vila, me enseña que a diferencia de mí, él sí puede creer en su propio valer con independencia de su popularidad y éxito en el mercado. Del nivel de su popularidad no depende el progreso material ni mucho menos su auto estimación, y estima que el hecho de que le falte no significa que esté condenado a hundirse en el abismo de los sentimientos de inferioridad.

La fuente de energía vital en el planeta proviene de la recompensa económica de los talentos, por lo que la sensación de aislamiento se disminuye por el uso de cualquier símbolo antedicho.

Quien consigue abundante recompensa material en virtud de su trabajo no todos los días encuentra el arrojo suficiente para continuar manteniendo la vista puesta en el horizonte. Pero el último que perdería motivación por cuenta de esta realidad es mi amigo, el científico, para quien las angustias van más allá de exhibir el dibujo de un jinete en el pecho de sus buzos de lana.

No obstante, es paradójico que sea justamente otro científico que, a diferencia de mi amigo, es considerado el hombre más influyente del siglo XX, pueda ofrecer una solución contundente al problema. Este humilde hombre de ciencia recordado por su cabello enchispado dispuso parte de su genio para concluir que un cuerpo sin energía es una simple masa inerte. Lo que significa que para transformar a un cuerpo se requiere el suministro de tanta energía como sea necesario.

Si esta fórmula insigne transformó súbitamente al mundo material y permitió el desarrollo de distintas tecnologías en beneficio de la calidad de vida del hombre, qué pasaría si la misma se utilizara para modificar la inercia del cuerpo social. Sólo hace falta ver el espejo de la vida del padre de la idea para responder la pregunta y concluir que en lo humano, la única fuente de energía capaz de transformar la vida en un fenómeno extraordinario se encuentra en la voluntad para construir y la confianza personal en su justa medida. Es por esto que el científico de los pelos parados no reposa en los libros de historia en razón de los billetes que pudo haber conseguido.

Bertrand Russell pensaba que los perros ladran más fuerte y están más dispuestos a morder a las personas que les tienen miedo que a los que los tratan con indiferencia. Y que el rebaño humano es muy parecido en este aspecto. Así mismo, no deja de sorprenderme la habilidad de mi amigo, para encontrar la manera de salirse alegremente de lo convencional, siempre con espontaneidad y dejando a un lado el plan provocador. Posiblemente quienes se fastidien a causa de sus desviaciones consideren sus actos como una crítica contra ellos.

A un mundo que, como estima Yolanda Reyes, está orientado hacia la búsqueda del beneficio material como único proyecto colectivo, bajo mí entender, le está vedado promover un cambio en otra dirección que no sea el de la obtención de lo material.

Nunca preví que personas de ciencia generarían un impacto tan poderoso en la mejora de mi relación personal con el entorno, pues pensaba que esta era una tarea exclusiva de la educación o del arte. Al científico sobre todo, lo aprecio porque con su ejemplo no cesa de enseñarme que, como en el arte, y a la luz de Popper, el contenido debe ser más importante que la novedad.

Acaso Einstein diría por ello que el dar ejemplo no es la principal manera de influir en los demás; sino la única.

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